Al tratarse de una enfermedad neurodegenerativa, a medida que pasa el tiempo el paciente pierde progresivamente neuronas dopaminérgicas, lo cual hace que la enfermedad avance, pasando por distintas fases: desde una prodrómica con signos y síntomas no motores y difícilmente detectables, hasta la fluctuante o avanzada, en la que el paciente tiene una mayor dependencia.
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Aunque el curso de la enfermedad puede variar en función de la persona, normalmente se distinguen 4 fases en la Enfermedad de Parkinson(1–2):
Fase prodrómica/premotora. En esta etapa aparecen síntomas no motores que preceden al desarrollo de la enfermedad, como los gastrointestinales, trastornos del sueño o reducción del olfato. Puede aparecer hasta 20 años antes del inicio de los síntomas motores.
Fase motora. Comienzan a aparecer los síntomas motores clásicos de forma leve y no incapacitante. Inicialmente estos suelen afectar a un único lado del cuerpo de la persona afectada.
Fase «luna de miel». Tras el diagnóstico e inicio del tratamiento, los pacientes suelen experimentar una fase llamada “de luna de miel”. La medicación permite controlar los síntomas del párkinson y la persona no presenta complicaciones en su vida diaria.
Fase fluctuante/avanzada. Tras 9 años desde el inicio del tratamiento oral, normalmente, el 90% de los pacientes empieza a desarrollar complicaciones. Estas son tanto motoras (fluctuaciones y discinesias) como no motoras y no responden a la medicación (3). En esta etapa se suelen introducir las terapias conocidas como de segunda línea (TSLs). Estas terapias liberan el fármaco de forma continua manteniendo concentraciones estables en sangre y existe un periodo de tiempo en el que se plantea instaurarlas/pueden instaurar para aprovechar la ventana de oportunidad antes de que el estado del paciente sea muy grave (4,5).